Some dizzy whore (2016)

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Desde el tedio que supone la tertulia de las mañanas que escucho en la radio, es más una cantinela a la que voy haciendo caso en intervalos de dos minutos de plena atención pasa a un zumbido leve, y de cuando en cuando la publicidad me sirve para volver hacia el café o el cigarro que se está consumiendo en el cenicero, me quedo embobado con los pintores que están pintando la fachada de enfrente. No soy una suerte de oficinista esperando las once para que llegue el chulazo del anuncio, bastante antiguo, y desde mi heterosexualidad me parece que no hay ningún Paul Newman o David Gandy brocha y rodillo en mano. Subidos en un andamio colgante y asegurados cada uno con el respectivo arnés componen la pareja una comprometida con el azul, la clase de azul que me llevaría dos horas de búsqueda por internet y a mi pareja una mirada de soslayo para encuadrarlo en el subgrupo correspondiente del Pantone; la travesía vertical, deben estar ahora mismo a unos catorce metros dejan la capa, mano para los duchos, y para los no tan duchos, bien extendida e imprimada con una destreza y velocidad que uno quisiera cuando le toca pintar el pasillo donde queda más pintura en el suelo que en la pared correspondiente. Entre las noticias de los nuevos índices de las bolsas europeas, ¿quién decía que correr es de cobardes cuándo tan raudos y veloces los especuladores han corrido a comprar a la baja? y el enésimo corte publicitario los pintores no están y después de buscarlos aparecen en una esquina sentados, bocadillo en mano, en la otra un refresco, mientras uno aduce un argumento inaudible y el otro asiente al mismo tiempo que masculla un pan con la textura de un chicle, acompasando a la tertulia donde  los vocablos son como letanías, repetidas una y otra vez, algunas carentes del más mínimo atisbo de lenguaje cultivado, incurriendo en la propia contradicción: “no está loco, ese hombre está “tarao”, rodillo sintáctico extendido capa a capa sin dar tiempo a que la anterior seque para aplicar la siguiente, todos son grumos, y los pegotes estentóreos se acumulan hasta que cambian de tema, yo vuelvo a mirar a los pintores, ellos charlando, sin aspavientos, dejando que el sol, el aire húmedo de poniente y el tiempo actúen con un único propósito: no dejar que las prisas arruinen un trabajo bien hecho.


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