Adicciones

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En alguna manera u otra en esta sociedad todos somos adictos a algo. Yo al tabaco, a discutir con el botón del ascensor, a mandar saludos a la familia de todos los correveidiles, a llevarle la contraria a los que tienen razón, a los que no la tienen, ¿hay alguna diferencia entre los primeros y los segundos? A la voz de Morrissey, a las guitarras de Johnny Marr y Pat Metheny, a la prosa de Patrick Leigh Fermor, a los artículos de Enric González, a los de Jacinto Antón, al saxofón de Coltrane, al café con leche, a ponerle sobrenombres a todo y a todos, a las novelas de Dashiell Hammet, a las novelas de espías, las buenas, las malas son como un libro de Paulo Coelho pero con suspense; a las series de espías, con el mismo criterio que con las novelas. A las disparatadas canciones de Fabio McNamara, y a irme a dormir y despertarme escuchando la radio.

Me he dejado doscientas mil cosas. Parafraseando al gran Fabio, qué más da, ya no puedo más.

Lo que puedo atestiguar para mi espíritu, si es que lo tengo, es haber cambiado el hábito, digo el dial, matutino. Escuchaba una emisora de radio generalista de la que su programa matinal tengo un muy buen concepto de su conductor, el de la primera parte, el de la segunda como su orientación, la del programa, no me ha interesado nunca no puedo decir nada. Pues a éstas ves pasar los días y oyes a la misma banda de rémoras que van de una emisora a otra, en algunas los tienen vetados y así labran su prestigio (sic) para sus acólitos, y te das cuenta que lo que le hago a mis pulmones es todo un regalo a lo que le estoy haciendo a mi inteligencia, si alguna vez se le ocurrió aparecer por alguna parte. Las mismas soflamas, los mismos mensajes, la misma idea: el bien y el mal. Los procedimientos son los mismos que los utilizados en eso que llaman neuropublicidad, te van mandando mensajes una y otra vez hasta qué forman parte de tu propio lenguaje, para lo bueno y lo malo. El mensaje vacuo, como el de los argumentarios repetidos, y ahí hay que concederles su mérito, como si fueran una suerte de las variaciones Goldberg; aunque no he encontrado ningún genial transgresor como Glenn Gould.

Hete aquí que uno se dice así  mismo, pedazo de imbécil ¿cuánto tiempo más vas a escuchar a una panda de cretinos, la mayoría es masculina, que deberían estar pagándote por contaminar acústicamente tu casa con sus tonterías?

Pues nada, como todos los adictos si nos quitamos una buscamos otra. Precioso el cuarteto de cuerda, no sé cuál era, de Benjamin Britten que he escuchado en Radio Clásica. También precioso el programa  de los lied de Hugo Wolf, otra adicción más, que ayer en, otra vez, Radio Clásica me reveló muchos matices en las diferentes versiones  de los mismos temas  expuestos y analizados con una claridad apta hasta para los amantes del reggaetón.

Para terminar, como me repite una persona muy sabia: quién tiene un vicio, si no se mea en la puerta se mea en el quicio.


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